Un viaje distinto, especial y enriquecedor. Es un viaje para recordar.
Siempre me ha gustado aprovechar mis vacaciones para viajar a otros países y conocer otras culturas diferentes a la mía con una de las ONG. Ya había estado en Marruecos en varias ocasiones y es un país que me fascina. Un país vecino a España, tan cercano y tan distinto. Un país con personas acogedoras y hospitalarias, un país en donde todo se disfruta y se vive con calma, un país con olor y sabor a té verde de menta que se comparte alrededor de una mesa.
El motivo por el cual decidí apuntarme a este viaje solidario fue porque quería conocer otra realidad diferente a la que te muestran cuando viajas de turista con un grupo organizado a través de una agencia de viajes. Quería conocer más de cerca las costumbres, la forma de vida y la cultura marroquí y por supuesto también tener la experiencia de impartir clases a niños marroquíes con escasos medios económicos. Soy maestra y os aseguro que estos niños tienen unas ganas de aprender increíbles. Gracias a Initiative Association y con la colaboración de los voluntarios sus vacaciones solidarias de verano son divertidas y educativas.
Estos niños no van a la playa de vacaciones, ni van a una casa rural de la montaña, ni asisten a acampamentos de verano como hacen muchos de los niños españoles. Pero gracias a esta Asociación y a los voluntarios, tienen la suerte de pasar un verano de lo más divertido.
La escuela y la casa donde nos alojamos estaban situadas en una localidad rural llamada Taakit, a tan solo unos kilómetros de la ciudad de Midelt. Estaba tan cerca que muchas tardes íbamos a la ciudad dando un agradable paseo.
Existían diferentes actividades para hacer con los niños como eran impartir clases de idiomas: español, inglés y francés. Realizar actividades de juegos, manualidades, psicomotricidad, canciones bailes, etc. y también podías participar decorando las aulas y parte de la fachada de la escuela pintando atractivos dibujos infantiles y educativos. En mi caso, un grupo de compañeros y yo impartíamos clases de español.
Los niños llegaban por las mañanas a la escuela con alegría, con entusiasmo y sobre todo con ganas de aprender y siempre nos recibían con una sonrisa de bienvenida. Son niños muy cariñosos y agradecidos.
Las aulas eran humildes, con pupitres de madera con hueco para el tintero y la pluma que nos recordaban otra época. Había una pizarra desgastada de tiza y en algunas aulas todavía existía tarima de madera. Con una libreta, un boli, lápiz y goma comenzábamos a las clases. Había más niños que pupitres, con los cual los niños debían estar un poco apretados. A pesar de estos inconvenientes no por eso dejaban de asistir cada día a la escuela.
A pesar de que no había ordenadores, ni pizarra digital, ni libros atractivos, ni tantas otras cosas, tenían voluntad por aprender. Los voluntarios teníamos ganas de enseñar, de transmitir nuestros conocimientos y ellos mostraban un gran interés.
En todas las aulas estamos acompañados por un coordinador o un monitor. Ayudados del lenguaje gestual y con dibujos que elaboramos conseguíamos comunicarnos y entendernos fácilmente con los niños. Ellos no sabían español y nosotros desafortunadamente tampoco árabe.
Éramos unos cuarenta voluntarios llegados de diferentes puntos de España y con diferentes edades. Compartimos casa, habitación, mesa, trabajo…y os aseguro que el clima que había era como si se tratara de una gran familia. Fue toda una experiencia convivir con estos grandes compañeros. Personas con ganas de ayudar y de colaborar trabajando como voluntarios.
Los coordinadores y los monitores estaban siempre pendientes de nosotros, tratándonos con respeto y educación. Siempre simpáticos, amables y atentos antes cualquier problema o dificultad que surgiera, ayudándonos en todo e intentando que nuestra estancia allí fuera de lo más agradable.
En cuanto a las comidas, había dos cocineras que nos preparaban diariamente una variada, sana y sabrosa comida típica marroquí presentada en fuentes gigantes y muy bien adornadas. Todo estaba riquísimo, especialmente el cuscús y el Tajín.
Muchas veces mientras comíamos o cenábamos, los coordinadores y los monitores se sentaban sobres grandes alfombras y tocaban y cantaban canciones con tambores y otros instrumentos típicos del folklore marroquí.
No podían faltar en este viaje voluntariado las excursiones. Un día fuimos a conocer un pueblo minero abandonado llamado Ahouli. Otro días visitamos otro pueblecito muy humilde llamado Ait Azou y conocimos a los niños que viven allí. Estuvimos también en el espectacular y mágico desierto de Merzouga (viaje al desierto). Tienes la oportunidad de montar en dromedario hasta llegar a un campamento de jaimas y pasar allí la noche.
Quiero añadir también que mi viaje a Marruecos lo hice sola y no tuve ningún problema. La ida la hice en avión a Marrakech y para volver cogí un autobús hasta Fez, luego un tren que me llevó a Tánger, de ahí en el barco hasta Tarifa y proseguí mi viaje en tren hasta mi ciudad. De esta forma, tienes la oportunidad de visitar otras ciudades del país que merece la pena conocer.
En todo momento se respiraba buen ambiente, no faltaron las risas, el buen humor y el dialogo. Los coordinadores con mucha paciencia y simpatía nos respondían a todas las preguntas que surgían sobre la vida y las costumbres de su tierra.
Algunas mañanas antes de ir a la escuela salía a pasear por el pueblo y observaba a las personas como trabajaban en el campo. Casi todas las familias tenían un burro para transportar la cosecha y otras no tan afortunadas debían llevar la carga sobre sus espaldas. La gente del pueblo nos miraba con simpatía porque sabía que estábamos haciendo un bien a los niños de su pueblo.
En el silencio de la noche también se oían rebuznar a los burros, un sonido poco habitual para nosotros.
Me ha gusta participar en este tipo de trabajo voluntario porque me ha permitido conocer un poco más la cultura marroquí y he tenido la oportunidad de impartir clases a estos encantadores niños. Mi experiencia sin duda ha sido enriquecedora.
Te hace reflexionar sobre el egoísmo del ser humano que hace que la vida sea tan injusta para tantas personas. La riqueza en el mundo está mal repartida, unos lo tienen todo y otros lo justo para sobrevivir. Todas las personas y todos los niños merecen lo mejor. No voy a cambiar el mundo, ojalá pudiera hacerlo, pero sí que puedo ayudar como voluntaria a estos niños y colaborar en este caso con esta Asociación.
Este voluntariado en áfrica ha sido enriquecedor y he disfrutado muchísimo. Ha sido totalmente diferente a cualquier otro que he hecho. Lo recordaré siempre y seguro que volveré.
Os animo a los que nunca habéis realizado un viaje solidario como este a que participéis como voluntarios. Seguro que tu experiencia será tan positiva y satisfactoria como lo ha sido para todos mis compañeros y para mí. Es un viaje especial, un viaje para recordar.
María.